martes, 3 de agosto de 2010

Primavera neuronal.

La paranoia pica a mi puerta cómo si fuera un vendedor de aspiradoras cualquiera.
Me habla, me termina cayendo bien, no parece un mal tipo. Nos vamos conociendo, día si y día también. Un día de lluvia le digo que pase, nos tomamos un té, todo va
normal.
Las cosas entre la paranoia y yo iban excelentemente, hablábamos de los típicos temas de conversación de gente que queda para tomar un té, ya saben, política, religión (que al fin y al cabo es la política de "ahí arriba"). Un día quedamos fuera de mi casa para ir a tomar un té a un bar de muy buen ambiente y buena música y me confesó que las cosas le iban mal con su novia, le había echado de casa y yo... bueno, ¿Qué podía hacer? Sólo había algo en lo que yo podía hacer y así se me ocurrió soltar esta perla:
"Bueno... yo vivo solo... si quieres..." ni me dejó terminar la frase y ya se estaba instalando y acomodándose en mi pequeño y humilde piso.
La convivencia era agradable, lo pasábamos bien juntos, me gustaban sus historias, y con ese tono de voz... ¿cómo negarse a sus encantos?
Pero a los pocos meses... empecé a odiarlo todo, a odiar al mundo, odiar a la gente que me rodeaba, cada gesto, cada manía era insoportable para mi... Día tras día salía menos de casa, me encerraba en mi habitación a escribir sin parar, me preguntaban y decía estar feliz, pero al final... comprendí que no, me había cegado, y ya era demasiado tarde... Bueno, era demasiado tarde, para una persona normal, yo ya estaba perdido, no tenía norte, y mejor no hablar del resto de puntos cardinales, hice la maleta, y me fui de mi propio piso, sin avisar, estaba cansado de todo, y en especial estaba cansado de mi mismo.

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