jueves, 28 de marzo de 2013

El cruce entre sueño y realidad (leve jaqueca)

El clavo atravesó de inmediato mi cabeza. Cada ruido, un martillo que profundizaba el dolor; cada palabra, un golpe de desesperación. La claridad, hasta entonces complaciente, se convierte en un manto de tortura, y las nauseas maniatan mi libertad. Me siento apresado, y siento la camisa (de fuerza) estrangulándome.
Todo pasa a ser complicado, incomprensible, y el esfuerzo de descifrar palabras antes concisas, se vuelve agobiante.
"¿Preparados?" suena a dos metros. Suficiente lejos, pero pasa de sonido a ruido, y taladra. 
Este dolor se convierte en bloqueo, y apenas me deja pensar. Veo caer mi pelo con asombrosa rapidez, y el tacto —único sentido lúcido por el momento—, me descubre una cara marcada por una expresión de angustia. No hay manera de escapar. Mis mandíbulas, descontroladas, aprietan diente con diente, y me resulta imposible liberar la presión.

Me despierto a las cuatro, despojándome de los clavos ardiendo que me atan a la cama y al sueño. Y cuando salgo de Oniria, no me deshago de Morfeo como si de un velo se tratara; arranco, en cambio, mi corona de espinas, y arranco manos y pies, y la sangre brota, pero todo es silencio, y no hay dolor; sólo hay esfuerzo, sufrimiento, en la calma mágica, empapado de oscuridad, y luz emanada de mi boca en vez de un grito desgarrador.

Llevo días despertándome a las cuatro, sudoroso, con un desierto en la lengua, y clavos en cabeza, manos y pies. Llevo días en los que la cama es para mí una cruz, y el sueño un martirio que no encuentra su final con la luz.

No hay comentarios:

Publicar un comentario