Era difícil ignorar esas aterradoras tormentas de ideas que, con tal furia irrumpían en la inocente marea revuelta de mi mente.
Era como si de repente, entraran a trompicones un montón de frases sin ninguna clase de sentido aparente. Pero claro, las apariencias engañan, y sólo necesité concentrarme unos segundos, para darme cuenta de que tenían más sentido que cualquier otra cosa en mi cabeza, era mi alma, mi alma expresada en palabras, no sólo mi alma, también todo mi yo, era como el algoritmo que expresaba todos mis pensamientos. En prosa, en verso, eso le daba igual a mi ajetreada cabecita, lo único que me daba era respuestas a ecuaciones hasta ese momento inoperables.
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