es una sonrisa que me robas,
una porción de felicidad malgastada.
Tiempo mal invertido.
Esfuerzo para nada.
Pero en cambio, aquí sigo yo,
impasible —Por otra parte, gilipollas...—,
mirándote sonreír,
viendo cómo me haces daño.
Quemándome el alma,
desgastandome el corazón.
Parece que te hace gracia,
el verme sufrir,
es como si tuvieras ganas,
lo imagino, te veo reír
mientras yo sangro,
mientras abres, con gusto, mis heridas.
Me metes el dedo en la yaga,
¡Qué injusticia! Yo no soy Jesús.
(Ni mi madre María, ni mi padre José)
¡Míralo! ¡La herida es real!
Las lanzas fueron tus palabras de esperanza;
esperanza que yo guardaba con la fe de no acabar
destrozado, como siempre, en la cama, sin respirar.
Sin ver, medio muerto, sin querer esperar
a que decidas si dispararme en la cabeza o no.
Por favor, hazlo, tengo las rodillas destrozadas
y dejarme como un colador no solucionará nada,
aunque será, al menos, una Solución Final.
Masterpiece
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