El aliento, flor de aire, se despliega en nubes.
En la calle no hay nadie,
ni yo mismo, que piso hojas secas a pasos agigantados,
respirando a bocanadas,
arcadas de tiempo
y sentimientos en amalgama
a ritmos complejos
e incesantes recuerdos de un futuro abrumador.
Desierto en la imaginación del muerto
que vive en un grito de ayuda.
Clamor al cielo,
la mirada cenagosa de un vidente ciego
tortura nuestras mentes que se retuercen
en laberintos de oscuros pasillos y palabras encharcadas,
inundadas de tanto llorar.
Pequeños momentos lúcidos
y el histriónico canto de un violín agotado,
de espíritu simple y melancólico,
en su soledad esconde armónicos
y gritos de miedo.
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