jueves, 30 de diciembre de 2010

El Gato y el León.

Evidentemente no quería irse, prefería quedarse y no volver nunca, "aún me quedan muchos besos por robar" pensó, y era realidad... pero tenía que irse, bueno, más bien, debía irse... Debía irse, a sabiendas de que se dejaría algo importante antes de subir, un último beso antes de volver a verse, porque os diré una cosa, en esas situaciones en las que tienes que subir ya al autobus, ningún beso es el último.

Las cosas fueron perfectas ese día, pero bueno, todo tenía que acabar, y ellos lo sabían, por ello aprovecharon cada segundo como solamente ellos sabían. Decidieron, en su eterno universo, codificar los besos y escribirlos en la lengua que hablan las olas, crearon una atmósfera impenetrable, era simplemente perfecto, él junto a ella y ella junto a él, como siempre habían soñado pero incluso mejor, todo giraba a su alrededor, pero les daba igual, porque nada más existía para ellos.

Pero el tiempo, siempre tan imperceptible, siempre tan oportuno, siempre tan oculto en cada cosa existente consiguió colarse en ese pequeño mundo que habían decidido crear sólo para ellos,
"¿por qué las cosas tienen que ser así?" se preguntaron con parpadeos, pero ambos sabían la respuesta, no son tiempos faciles para las personas como ellos.

No tenían ni idea de lo que iba a pasar, sólo sabían que iba a pasar algo, algo indescriptible, algo totalmente nuevo para ellos, dificil, si, pero bonito como el mismísimo cielo. Cielo que miraban esperando reencontrarse pronto, era totalmente impesable el hecho de imaginarse que a pesar de estar tan lejos estaban bajo el mismo firmamento, y que por lo tanto, podrían estar mirando a exactamente la misma estrella en el mismo preciso momento cósmico. Su estrella favorita, Aurora, o por lo menos así la llamaría él, no por nada en especial para el mundo, pero sería especial para él, y eso era lo importante.

No podía dejar de extrañar en las despedidas el tacto de sus labios, simplemente no podía. Y es qué extrañar a cada segundo que pase el roce de sus labios se convertiría en una rutina para ese amante desesperado.

Ya sólo quedaba una cosa que él pudiera hacer... "seguir guardando las ganas de verte bajo la almohada para soñar que nos vemos un día más".

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