sábado, 19 de noviembre de 2011

Nunca digas siempre.

Con mis dedos en tu espalda, susurrando gritos de amor,
dibujé alas de ángel en tu espalda para dejarte volar.
Mientras tanto mi olfato pedía a gritos tu olor.

Nunca había sido tan humano
como cuando sentí nuestros dedos entrelazados.
Nunca había sido tan humano...

Te hiciste tan real que parecías sueño.
Estabamos en el mundo del silencio obligado
donde los escalofríos auguraban tus orgasmos,
Donde la libertad era nuestor único dueño.

La sangre en tus rodillas me daba pistas,
sabía dónde habías estado, lo que hacías.
Tus ojos eran la mejor obra de un gran artista,
Campos de fresas donde no sabíamos qué pasaría.

Señales de humo en clave de humor,
una melodía bien romántica, bien barroca
nos decía que lo que usabamos no eran las bocas,
era el lenguaje de las mariposas de ecuador.

Nunca me sentí tan humano
como cuando rompí el manual,
como cuando rompí el ritmo de tu respirar.

Nunca me sentí tan comodo
Habiendo sido totalmente desarmado.
Nunca me sentí entero cuando estaba a la mitad.

Nunca me sentí así cuando miraba atrás,
cuando el dolor no era capaz de aflorar,
Nunca me sentí tan feliz recordando mi infelicidad.

Nunca olvidaré los nombres, el frío, tu color,
las cascadas en los párpados, tu frío, el color,
las escapadas a las Barbados, mi cuaderno, tu olor.

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