martes, 16 de octubre de 2012

Vuestra Tierra Prometida.

Ojalá un ángel me tocara,
pero una simple señal me valdría
para desertar de este Cielo infernal,
donde todo es blanco e igual
a como ha sido todo siempre.
Ya te lo comenté, te acordarás,
cuando hablaba de los abrazos de mi antiguo reloj,
y tú no apartabas la vista de los cimientos,
buscando un punto débil para hacernos caer sobre el mar,
y desaparecer, como siempre quisiste, entre tinieblas, sombras y luces cegadoras,
arropados por las plumas de los ángeles que nunca nos quisieron salvar.

Cada verso parece un grito al viento,
un mensaje cuyo receptor no quiere escuchar.
Cada palabra, una llamada de auxilio
para que saques por fin mi alma de este nihilismo
y me ayudes a extenderme al vacío universal.

Tu nombre en la arena que el agua quiere borrar
y mi memoria recrea, cuando el sol parece que quiere explotar
entre espesas humaredas de pensamientos húmedos
enmarcados en los rocosos acantilados de las playas que nos vieron crecer
y caer repetidas veces, siempre con la misma piedra.

Tanto siento por ti (Sin saber aún qué siento de verdad)
que sería capaz de huir fuera de este Edén.
Nada tiene sentido,
mis fantasmas arden en la Tierra Prometida.

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