miércoles, 23 de marzo de 2011

Cadenas.

Pongo en mi pluma sentimientos acalorados,
y me pierdo una vez más en las sábanas de mi cama.

Siervo de un mezquino amo que es el amor,
en mi libertad decidí servirle a muerte.
Cada encargo supone un reto a cumplir,
veo como poco a poco me convierto en el más grande.

He olvidado medir mis palabras con regla,
pues en mis sueños vuelo en una nueva misión,

Con esmero de muñeca cierro con cuidado mi jaula,
juego con el candado una y otra vez, y
con navaja afilada firmo en tu suave piel.
Te duele y gritas y sollozas y gimes y vuelves a gritar.

Yo me esmero más y más y, tras salir, vuelvo a entrar,
ellos se encargan de que mi hábil pluma no me permita volar.

Salto, vuelvo a caer junto a ti, vuelvo a firmar.
Tú me miras pero no quieres fijarte en mi nunca más.

No hay versos suficientes para expresar mi amor tan particular,
pues mis sentimientos quedaron grabados a fuego en el firmamento.

Y la tinta vuelve a mojar mi pluma que corre sin parar
y mis versos se alargan y dejan de ser palabras a pagar.
Otro día más esgrimo mi lenta pluma de rápida lectura
y de tu labios salen besos que se convierten en palabras sin más.

Y lea usted estas lineas en voz alta
y quiera o no quiera creer en mis palabras,
que aquí y ahora doy yo mi alma al demonio,
y que se la quede si lo que digo no es verdad.

Se derrama la labia que queda en las arcas,
entonces cenamos frases, que no fresas con nata.
Obviando todo lo que fuimos,
olvidando que fuimos navegantes de la mismísima Nada.

Tras esto olvido la jaula, el candado y mis armas
y ataco con palabras en vez de usar daga y espada.
Son sable y florete los que irrumpen con rabia
y hacen que la calma desaparezca tras lila lavanda.

Parece que esta inspiración no llegue a su fin,
que la noche no alcance su crepúsculo,
que las letras no se hundan en el mar,
pues tu eres la razón que las inspira y las hace flotar.

Arrancas de mi mi poesía y la tragas sin sufrir,
te ríes de mi cara de tristeza cuando he de partir.
Ardo en llamas cuando se lo que debo de hacer,
y mis sentimientos arden ferozmente al amanecer.

De mis entrañas sacas mi esencia seca,
Esperando de mi cara alguna mueca o queja,
Quedo postrado ante tu vengativa inclemencia,
y por dentro agonizo, y grito, pero no puedo morir.

Los llantos salen de mi en forma de gritos de dolor,
arrodillado, encadenado y amordazado rompo a sufrir.
Entonces rompo las cadenas y a duras penas me levanto,
con la única ayuda de mis últimas fuerzas escapo.

y que vengan los Dioses y me juzguen con omnisciencia,
que digan entonces si soy merecedor de tal maldad.
Pues yo, un servidor de la justicia, arremeteré con osadía,
Pues yo, Xuan Vijande García, moriré en paz.

Vuelvo a salir, y se, nada más hacerlo, que debo volver a entrar,
pero juego con el candado, olvido la jaula y vuelvo a empezar.
Me torturo, me fustigo, rajo mi alma desesperado,
me doy cuenta de las cosas, te busco, y ya no estás.
Pues tras años de sufrimiento por mi marca,
te cansas de esperar a un loco del que no hay nada que esperar.

Aspera es la voz que en mi mente recita esto
porque la dulzura que me dejaste ya desapareció.
Por consiguiente cambio el punto de mira,
la historia, entonces contigo, se repite indefinidamente sin ti.
Los días pasan sin parar y yo enloquezco un poco más,
Pierdo la conjunción, la cordura y todo mi dolor.

Y todo mi dolor se convierte en lujurioso placer
fruto del roce de mi piel con tu piel,
de mis labios con los tuyos,
de mis versos con tu miel.

Catatónicos, perdidos, extasiados, sin camino,
tirados en la cama con un solo objetivo,
la misión suicida de volver a la realidad,
marcharnos, dejar de querernos, olvidar.

Cruzar nuestras miradas y saber lo que pasó,
saber que fue secreto todo lo que se gritó,
saber que no existe un tú y yo,
que no hay justicia, ley ni razón.

Permitir que poco a poco se acorten las palabras,
que tu alma, muestre con descaro lo que la hace especial,
que todos vean que te tocó un ángel,
que todos vean lo que yo no seré jamás.

Dejar que se mueran las ramas sin más,
que caigan las hojas sobre el altar,
que enfermen las raíces, que el árbol deje de sentir,
que mi vida llegue a su fin.

Mala suerte, pues un poeta nunca muere,
ya que para matarle tenéis que matar sus palabras,
que juraron inmortalidad al salir de su pluma,
al tocar el pergamino, guiadas por una mano mortal.

Inmortal me proclamo siendo mortal,
me río de la muerte y, la muerte, que no morirá,
me mira y me dice sin pestañear:
"Cuida tus palabras, que los versos también van al cielo"

Y sigo, sigo y sigo, siento que no puedo parar,
de mi mente a las manos se desprende esta imaginación,
la emancipación de mis ideas que no pretenden seguir aquí más,
Las hojas queman como fuego pero no me puedo levantar.

He encontrado una fuente infinita de inspiración repentina,
pero he de parar, mi vida me espera,
Que mira que es mala la demora y eso que dicen
que "Nunca es tarde si la dicha es buena".

Con estos versos me despido,
tomadlos como una reverencia,
por ser pacientes con mis versos,
y demostrármelo con hechos.

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